Por si no lo había dicho antes ¡Me encanta la Navidad! Adoro poner el árbol y el Belén en casa, adoro las calles iluminadas e incluso adoro ese afán consumista que nos arrastra cada año por estas fechas… pero reconozco que hay una cosa a la que tengo mucho miedo y son las comidas y cenas de Navidad. Sí, lo reconozco, soy de las que come hasta quedar cual pavo relleno y luego ¡claro! a sufrir digestiones pesadas y pantalones que no abrochan. Hay años, que incluso estoy deseando que acaben las fiestas solo para dejar de comer y ponerme dos días a piña y pollo y otros dos, a agua y acelgas.
El caos digestivo que suele acompañar a mis Navidades solo se ve recompensado parcialmente por lo que es la organización de la cena o comida que toque celebrar en mi casa… porque no hay nada que más me guste que ponerme a cocinar y preparar una mesa “bien puesta” como diría mi madre. Este año toca en mi casa la comida del 25… lo cual es genial porque tengo que confesar que yo soy más de Papá Nöel que de Reyes Magos… ¡No os podéis imaginar mi salón ese día! Con un árbol de Navidad con más luces que el de la Puerta del Sol y una mesa repleta de bandejas, platos, copas y decoración Navideña… ¡se me llenan los ojos de lágrimas solo con pensarlo!
Para mí la decoración es lo primero. La panza, lo segundo. No es que el menú no sea importante si no que no me supone ningún quebradero de cabeza. No es por “echarme flores “, pero a mi cocinar se me da bien… en parte gracias mi pobres cobayas (léase, amigos y familiares) que durante todo el año me dejan experimentar recetas culinarias y, por otra parte, gracias a mi adorada-y-nunca-suficientemente-estimada Thermomix. Además, no puedo olvidarme de dos amigos a los que sigue fielmente a través de sus blogs: Velocidad cuchara, si tenéis mi robot fetiche, y webosfritos para todo lo demás.
En fin… que casi todo mi esfuerzo queda concentrado en aquellas cuestiones que para mucha gente es complementario: las invitaciones, el montaje de la mesa, los letreros con los nombres de los invitados, etc… ¡Manos a la obra!
¿Qué es lo que diferencia la comida de Navidad de otra celebración cualquiera? Para mi, la decoración. Si bien es cierto que “el hábito no hace al monje”, en el caso de las comidas, el cómo se “vista” la mesa es lo que las hace más o menos especiales. En otros tiempos seguro que el menú marcaba por sí mismo la diferencia -me viene a la mente mi madre contándome que cuando era pequeña solo comían pollo el día de Navidad- pero en los tiempos que corren, pocos platos quedan totalmente relegados para Navidad o Fin de año (salvo en los casos en que la crisis obligue). Seguramente el mismo cordero que cenes en año nuevo es igual al que comiste hace dos meses… solo que esta vez, el mantel es rojo con dibujo de renos. Así que, lo dicho, además de ser Navidad, tiene que parecerlo.
Vamos a empezar por la mesa que será el “altar” de nuestro salón. Con vuestro permiso voy a extenderme un poco en algunos de los pasos porque me gustaría explicar que cada elemento del protocolo, por vacio que parezca, en realidad tiene un motivo bien justificando (más allá de las estética).
Para mí no hay mesa bien puesta que no lleve un muletón . El muletón para quien no lo conozca, es una pieza de algodón o lana con un lado impermeable (similar al plástico) y con el otro afelpado. Es parecido al “hule” de toda la vida pero más grueso y de más calidad. La gente suele usar el muletón como si fuese un hule, con la parte afelpada hacía la mesa y la parte plástica hacia el mantel pero su posición es ¡exactamente al contrario! La función del muletón no es tan solo evitar que los líquidos que se viertan manchen la mesa (que es la única finalidad del hule) si no hacer que lo que pueda derramarse manche lo menos posible el mantel: eso solo se consigue si la parte afelpada queda directamente bajo la tela, absorbiendo entre sus fibras el liquido derramado (al llevarlo hacia el interior) e impidiendo que la mancha se extienda. Además, poner la parte plástica contra la mesa impide que el mantel pueda deslizarse, evitando que se caiga lo que haya sobre él.
Sobre el muletón va el mantel. A mí me gustan los manteles de colores lisos y neutros (el color ya lo darán otros elementos) pero para gustos los colores. Lo que sí es interesante es tener un mantel cuyo acabado no parezca sintético y no colocarlo con las arrugas propias de haber estado doblado en el cajón. El tamaño del mantel debe permitir que cuelgue de cada lado unos 20-30 cm. Esta distancia permite para tapar el muletón y evitar que la superficie quede descubierta si el mantel se mueve pero no es tan larga como para molestar a los comensales o correr el riesgo de que el mantel se líe entre las piernas provocando que alguien lo arrastre al levantarse.
El puesto de cada comensal lo marca un bajo plato, o plato de presentación o de servicio. Su finalidad, además de decorativa, es preservar de manchas el mantel. Actualmente, se venden pequeños manteles individuales o tapetes (de tela, ganchillo, fieltro, etc), que sustituyen al bajo plato; hay quien usa ambos elementos a la vez pero a mí, personalmente, me parece excesivo. También hay pequeños manteles tipo carril, o camino de mesa, que cruzan la mesa a lo ancho sobre mantel, sustituyendo a los bajoplatos de dos puestos enfrentados a cada lado de la mesa. Depende del gusto de cada cual pero para mí no hay nada como el bajo plato de toda la vida… aunque confieso que hace años que no lo pongo porque no coge: en mi mesa navideña cada milímetro está más cotizado que el metro cuadrado en la calle serrano de Madrid.
El espacio mínimo entre comensales, para que cada invitado pueda comer con comodidad, son 60-65 mínimos. Como nuestra mesa no es la de la familia real británica, se hace a ojo… además, si las sillas que vamos a usar son las típicas de salón, ellas mismas y el espacio libre necesario entre cada una, ya nos obliga a dejar mínimo esos 60-65 cms.
La mesa se monta como si todos los comensales fuesen diestros por lo que cada elemento está situado pensando en esta circunstancia. Hay a quien le puede parecer que el protocolo para montar una mesa es muy complicado pero en realidad, solo hay que tirar de sentido común:
- Las servilletas se dejan en el lado derecho porque se despliegan con esa mano para colocarla sobre el regazo, si fuesen de tela. Dejarla en el lado izquierdo también es correcto (de hecho, generalmente se pone ahí para equilibrar el montaje ya que el lado derecho suele tener más elementos colocados). Hay a quien le gusta hacer florituras con la servilleta y/o dejarla sobre el plato; también está bien aunque en mi opinión cuanto menos se manipulen los elementos de la mesa, mucho mejor por razones de higiene.
- El pan se pone delante del plato, en el lado izquierdo, pues este se coge con la mano izquierda para cortarlo y comerlo con la derecha.
- El plato de la mantequilla se pone en el lado derecho, pues se usa dicha mano para coger y untar la mantequilla sobre el pan que tendremos en nuestra mano izquierda.
- Los cubiertos se colocan en el lado de la mano con la que se va a usar: a la izquierda los tenedores (se usan con esa mano en el caso de usar junto al cuchillo) y a la derecha los cuchillos y las cucharas. El orden, desde fuera hacia el plato, es en el que se van a usar: tendremos más lejos del plato los cubiertos que usaremos al principio y más cerca del plato los que usemos al final. Los cubiertos de postre, delante del plato, pues se usarán cuando el resto de elementos ya se hayan retirado y no molesten.
- Los vasos y copas se colocan, de derecha a izquierda, el de vino tinto, el de vino blanco, el de agua y el de cava. Delante de estos estos, la copita de coñac y, más a la derecha, la taza de café.
Superconsejo: ¡Simplificad la mesa lo máximo posible! Demasiados elementos arruinan la decoración: cansan la vista y molestan a la hora de comer. No pongáis elementos que no se vaya a usar solo por adornar. La taza del café, se puede poner cuando vaya a tomarse, una vez recogida la mesa; idem, con la copita de champan o de coñac o el plato del postre. Cada uno tendrá que valorar como es su mesa para hacer el montaje pero, generalmente, el espacio (pensando que aún tiene que quedar zonas libres para sacar la comida), no sobrará.
Si queréis indicar el puesto que ocupará cada invitado, podéis poner un cartelito delante de cada sitio, sobre la mesa o encima del plato. Dejad volar vuestra imaginación y crear un cartel especial acorde al evento. Yo a veces suelo aprovechar y en la misma tarjeta pongo el menú como si de una boda se tratase. Si lo personalizamos y queda bonito, más de un invitado se lo llevará de recuerdo ¡para mi es un gran premio!
La distribución de los comensales en la mesa es una cuestión propiamente de protocolo pero es un tema extenso para tratar ahora, así que lo dejaremos para más adelante. Estas navidades, usad el sentido común que hasta ahora os habrá funcionado tan bien.
Si queréis añadir decoración complementaria a la mesa, pensad bien qué elegir y dónde colocarla: pueden ser servilleteros, centros de mesas, etc. Yo suelo ser bastante minimalistas porque creo que la decoración debe estar al servicio de la utilidad y no al reves: si algo no aporta nada a la mesa, mejor fuera y que no moleste. En cualquier caso, yo solo dejo la decoración a modo de presentación pero la retiro cuando voy a servir la mesa.
Si vosotros preferís dejarla decorada, tened en cuenta que los elementos ornamentales no deben molestar ni por su ubicación ni por su altura (que no impida a los comensales verse y conversar entre ellos), no debe manchar la comida (como en el caso de hojas secas que tienden a desprenderse), ni contener productos tóxicos (como pinturas, purpurinas, etc) y no deben tener olor (que pueda alterar el propio olor de los alimentos). Además, yo desaconsejo totalmente las velas por muy bonitas que queden o, al menos, recomiendo que durante la comida estén apagadas para evitar accidentes en un sitio donde las telas, papeles y alcoholes están muy presentes.
En internet hay muchas ideas para montar la mesa pero a mi una de las que más me inspira es El sofá amarillo que se dedica a organizar bodas y eventos. Cada detalle, es una sorpresa y el montaje final, un completo éxito ¡lástima no haberlo conocido cuando organicé mi boda!
… y para terminar, me gustaría tratar brevemente el tema de los regalos que suelen traer los invitados: un anfitrión debe saber ser agradecido. Si nos traen un obsequio, lo abrimos en el momento de recibirlo – delante de quien nos lo trae – y lo agradecemos… pero no estamos obligados a usarlo en esta ocasión. Si nos traen vino, no hace falta que se tome durante esa comida, sobre todo si no «pega» con el menú o no está a la temperatura adecuada, pero se le debe indicar a nuestro invitado previamente; si insiste en abrirlo, yo optaría por seguir su consejo para no ofenderle. Los bombones, postres y dulces sí estamos obligados (protocolariamente, hablando) a ofrecerlos a los invitados durante la comida. Si son flores, las podremos en agua y las colocaremos en un sitio adecuado, pero no hace falta que sea el salón ni la propia mesa, especialmente si tienen un olor intenso o no sabemos si alguien puede ser alérgico.
El tema de los regalos es muy extenso y no tan sencillo como pudiese parecer. Creo que es un tema importante en las fechas que estamos por lo que de ello tratará mi próximo post… pero si alguien no puede esperar hasta la próxima semana, podeis consultar mi e-book «El arte de regalar» que podeis leer y descargar gratuitamente desde issuu.
Bueno… y ahora ya solo queda a pasarlo bien, disfrutar de la comida… y no olvidarnos de tener en la despensa sales de fruta… por si me paso como siempre. Bon appetit!!!
Esther Morillas. Colaboradora de www.pymecom.net
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