Madre mía, desde que llegué de vacaciones ha sido un no parar de trabajar y no es que me queje pero voy con la lengua fuera a todos sitios, sin tiempo casi para nada… ni para el blog. La verdad es que tanto trabajo me tenía bloqueada y no sabía ni de qué hablaros, pero lo bueno de moverme mucho y cruzarme con mucha gente es el tener la posibilidad de descubrir pequeñas cosas que me sorprenden o llaman mi atención y que son, potencialmente, algo de lo que hablaros.
La semana pasada tuve una reunión. Acompañaba a una colega a defender la venta de un libro de estilo para una empresa bastante grandecita. Mejor no vamos a dar nombres… El caso es que tuvimos la mala suerte de tener que presentar nuestro proyecto ante un grupo de tres “ejecutivos agresivos” que desde el momento que llegamos nos miraron por encima del hombre, de arriba abajo ¡Me sentí igual que si me estuviesen pasando por un escáner de rayos X! Desde el principio fue bastante “desconsiderada” la actitud de los tres “fulanos” pero tengo la suerte que me crezco ante los “maleducados” ¡así que sin mayor problema!… o eso creía! Porque resultó que mi colega era justo al contrario y claro, imaginaros cómo se defiende un proyecto cuando te sientes intimidado, pequeñito… un desastre, vamos!! Yo intenté echar algún “capote” pero no deseaba ponerme en un lugar que no me correspondía, tomando la dirección del discurso, pues ella la “cabeza directora” del proyecto.
Cuando salimos de la reunión le eché una “pequeña” bronca a mi colega… desde el cariño, porque ella sabe que la adoro, pero es que me puso “atómica”, que decía la película de Menkes. ¿Cómo puede hacerse tan pequeña una mujer tan grande, profesionalmente hablando? Y ahí es dónde me vino la idea para el post de hoy.
Hoy quiero hablaros de la comunicación femenina. Sí, sí, ya sé que puede sonar a “topicazo”, pero la realidad es que hombre y mujeres no nos comunicamos igual; de hecho, no somos iguales. Fue con el libro “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” cuando me di cuenta que las cosas que nos diferencian están ahí ¡nos gusten o no! y son en gran medida una cuestión biológica, resultado de nuestra evolución como animales (animales sociales, sí, pero animales al fin y al cabo). Y lo que somos innatamente en mayor o menor medida afecta a nuestra vida social.
Querer dar verdades universales siempre es complicado porque cada individuo es diferente y se podrían hacer mil matizaciones.. pero me voy a arriesgar a hablar en términos general.
¿Cómo hablan las mujeres?
Las mujeres tendemos a sentirnos un poquito intimidadas cuando tenemos que defender argumentos que pueden llevarnos a una confrontación, hablando más bajito, como si no quisiéremos molestar. Porque la mujer, en general, somos un individuo cortés que desea “encajar” y por ello intentamos no hacer aquello que creemos que puede ofender. Si deseamos imponernos, rara vez lo hacemos de forma directa, agresiva o invasiva.
Si os dais cuenta, no es extraño que en una conversación entre hombre y mujeres (me refiero al ámbito profesional), salvo que la mujer este jerárquicamente muy por encima, ellos suelen hablar más alto, más tiempo y tienden a interrumpir, incluso ignorando nuestra aportación a la conversación. No es que lo hagan aposta (casi nunca), es que su forma de comunicarse es más directa e invasiva. Rara vez la “voz cantante” de un dialogo grupal, lo lleva una mujer.
No obstante, no veamos nuestras diferencias como algo que nos hace mejores o peores. Es el eterno símil de la pera y la manzana: no somos unos mejores que otros, sino diferentes – cada cual tenemos nuestros puntos débiles y nuestras fortalezas. Así que es importante conocer lo que nos caracteriza a cada uno para dar relieve a esas cosas que nos hacen fuertes e intentar controlar o corregir, aquellos puntos que nos hacen más vulnerables. Solo hace falta un poquito de auto-analisis.
En positivo
Las mujeres solemos creer que lo importante no es tanto imponerse como involucrar al resto de personas en nuestras conversaciones o decisiones. Como dice Mercedes Bengoechea en su obra “Uso del lenguaje en el mundo laboral”, «buscamos activamente escuchar a fin de implicarnos en la conversación, buscando cierta intimidad de forma que la conversación se desarrolle en un clima de cooperación». Esto nos convierte en profesionales más empáticas y colaboradoras.
Somos más receptivas a la hora de interpretar los gestos, palabras e intenciones ajenas, lo que nos lleva a ser mejores comunicadoras, pues para que haya una comunicación efectiva hemos que ser capaces de identificar el “feed back” que transmiten nuestra audiencia e incluirlo a nuestro discurso.
Somos menos directoras, pero más orientadoras a la hora de dirigir equipos de trabajo, potenciando un ambiente laboral más relajado.
También somos más corteses y solemos sonreir más, lo que favorece enormemente la predisposición a que nos presten atención.
En negativo
Nuestro deseo de encajar y no ofender nos lleva muchas veces a dejar que nos interrumpan y a justificarnos excesivamente, aunque no sea necesario. Ello nos lleva a parecer psicológicamente más manipulables, lo cual es perjudicial para que nos identifiquen con una figura de autoridad.
Además, tendemos a entender como “ternura” gestos machistas como que se dirijan a nosotras con diminutivos o “piropos” que, en realidad, pierden todo su significado positivo si se usan en el ambiente laboral.
Es habitual que nos repitamos y demos demasiado información, como si nuestro discurso fuese una novela dónde cada detalle cuenta. Dicha “verborrea” en un ambiente distendido, aunque sea profesional, mejora la empatía con el resto… pero cuando se trata de dar ordenes, indicaciones y transmitir mensajes inequívocos, no es la mejor opción: el exceso de información, resta atención sobre el mensaje principal.
Somos más susceptibles lo que no lleva a interpretar los mensajes de los demás según nuestro estado de ánimo lo que puede llegar a ser un obstáculo para lograr una comunicación efectiva. Tendemos a responder de forma desconfiada cuando nos sentimos observadas o cuestionadas, lo que hace que nuestra conversación tome un tono inusualmente agresivo y defensivo.
Pequeñas claves para lograr grandes cambios
No es posible establecer una relación laboral solida si no se construye desde el respecto profesional: no consientas que tus compañeros o superiores (no digamos, subordinados) te llama, “guapa”, “preciosa”, etc… Tienes un nombre, así que pide (exige) que te llamen por él y no atiendas a ningún mote, adjetivo o apodo que consideres que no te hace justicia profesional. Ignorar es una buena solución muchas veces.
Y precisamente, ignorar también es lo que tienes que hacer si intentan interrumpir. Si estás contando algo y te interrumpe inoportunamente, continua hablando sin dejarte intimidar, en el mismo volumen o algo más alto. Si no te ves capaz o el «interresado» no se da por enterado, interrúmpele tú y dile “Perdona, déjame acabar un momento…” y sigue con el hilo de tu conversación.
A la hora de dar directrices, es bueno ser una persona que cuenta con la opinión del resto y busca la colaboración de su equipo de trabajo, pero también hay que saber cuándo una decisión no es cuestionable. En dicho caso, hay que comunicarse de forma sintética y contundente, sin dar pie a negociaciones.
Dar justificaciones innecesarias nos restan autoridad y el exceso de aclaraciones puede llevarnos a “liarnos” en nuestro propio argumento. Es importante dar un uso correcto a los silencios como veíamos en mi anterior post “La importancia de decir que no”.
Comunicarnos de forma asertiva, sin mostrarnos a la defensiva, da contundencia y seguridad a nuestro mensaje lo que nos lleva a ser escuchadas con consideración y respeto
La verdad es que aunque hombres y mujeres seamos diferentes, hay múltiples puntos en común y por ello, muchas de estas cuestiones son de aplicación a ambos sexos. No obstante, otro día hablaremos de las debilidades y fortalezas de la comunicación masculina.
Hasta pronto!
Esther Morillas
Colaboradora de pymecom
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